7 DE OCTUBRE

Cuando creías que esa sensación que un día te recorrió el cuerpo de arriba abajo iba a disiparse, como esos recuerdos que nuestra mente intenta almacenar como si nunca fuéramos a abrir el baúl, llega el día más inesperado, cualquiera, y esa sensación vuelve a tener sentido. Todo durante unos minutos tiene sentido. Él le dio sentido a todo. 

Fue el sentir tus dedos rozar mi cara, la ligera presión que ejercías para acercarme más y más a ti. Esa mirada, esos ojos, que hicieron que por un momento dejara de pensar en el mundo y dónde estaba. El rozar tus labios, sentir tu calor, tu fuerza, tus ganas. El darle sentido a esa vibración que estaba inactiva dentro de mi desde la última vez que me cuestioné que mi cuerpo solo vibraría si volvía a tener el tuyo pegado al mío.

Fue esa sensación de vergüenza, deseo, y sobre todo, miedo. Miedo al ver que no había marcha atrás, y yo seguiría locamente enamorada de ti. El miedo a que no fuera real. Vergüenza de lo que estaba haciendo, y de que me encantase. Aunque me daría cuenta posteriormente del alcance que tuvo ese momento en mí.

Subestimé el hecho, el lugar, el día, el momento. Subestimé al destino, creyendo que ese momento aunque acabase, aunque yo hice que acabase, volvería a ocurrir otra vez. Lo que no sabía es que el éxtasis no volvería a llegar y me dejaría una dependencia enfermiza a él.

Nuestros caminos se separaron en una noche de fiesta común y mi despedida pedía a gritos que no fuera la última vez. Que mis formas rápidas y vergonzosas solo fueran el principio de algo que estaba por llegar, porque merecíamos un final mucho mejor. Que ese beso no fuera el último. Pero lo fue. Y odio no poder recordar como se sentían tus labios pegados a los míos.

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