VÍAS Y VIDAS

Llega un punto en el que los viajes ya se hacen rutina. En el que el sonido de los raíles del tren ya ha penetrado tanto en tu ser que ya ni te molestan. Te acostumbras al agobio de las maletas y al silencio.
Conforme dicen cada una de las paradas vas esperando ansioso que llegue la tuya, no por el destino, sino por la comodidad de quien se acostumbra a llamar hogar a un nuevo lugar.
Los viajes de tres horas a veces se hacen cortos acompañados de música que te lleva a otros lugares, sin embargo otras veces se te duplican las horas sentada en este asiento sin nada que hacer y miles de cosas en las que pensar. Porque para mi el tren, cada tres semanas, es mi rincón de pensar. Todos los recuerdos y detalles de esas tres semanas se pasan por mi cabeza para rayarme una vez más y para intentar buscar una solución al caos que esta instalado en mi vida.
Pienso en las miles de cosas que tengo que hacer y de las cuales no haré ni la mitad. Pienso en la gente que me rodea y si de verdad estoy agusto donde estoy.
Porque lo bueno de los trenes es que te mantienen entre tu hogar y tu nuevo lugar, pero nunca se posicionan en ninguno de ellos, no tienes a nadie, estás sola.
Es la oportunidad de estar en silencio, de no hablar con nadie, sólo contigo misma, algo que no es tan fácil cuando sales otra vez a la realidad de tu vida con el ruido de la gente.
La vida es como esos trenes, al principio sólo puedes recordar de donde vienes, pero con el tiempo lo principal pasa a ser a dónde quieres llegar.

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